EEUU abre un polvorín al tachar de genocidio la masacre de armenios

La decisión norteamericana de reconocer la matanza perpetrada por las fuerzas otomanas en 1915 puede tener implicaciones para todo el Cáucaso, donde conviven más de 50 etnias

La Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes estadounidense aprobó ayer una resolución que concede la consideración de «genocidio» a la masacre perpetrada por las fuerzas otomanas contra los armenios en 1915, durante la Primera Guerra Mundial, y que podría perjudicar la normalización de las relaciones entre ambos pueblos.

Ankara había advertido de las consecuencias de dicho resultado en las relaciones bilaterales y en su acercamiento a Armenia, país con el que mantiene diferencias por este episodio histórico y por el conflicto de Nagorno Karabaj que afecta a la vecina Azerbaiyán, aliada de Turquía.

De hecho, el Gobierno turco llamó a consultas a su embajador en Washington. En un comunicado, el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, mostró su profunda preocupación por que esta resolución no vinculante pueda debilitar los esfuerzos para restablecer los contactos entre Turquía y Armenia, que aspiran a acabar con un siglo de hostilidades.

La decisión norteamericana puede tener implicaciones para todo el Cáucaso, un territorio en el que conviven más de medio centenar de etnias.

En 1915, la cúpula del Imperio Otomano ordenó la deportación de cientos de miles de ciudadanos de etnia armenia al desierto sirio, acusados de ser una quinta columna que ayudaba a Rusia en la Primera Guerra Mundial.

Muchos de los deportados murieron de hambre, enfermedades o asesinados por los paramilitares kurdos que los escoltaban.

Fuentes armenias cifran el número de muertos en un millón y medio, mientras que historiadores independientes rebajan la cifra a la mitad, y Turquía las reduce a pocos cientos de miles.

Los líderes otomanos responsables fueron condenados a muerte tras la Guerra por las potencias vencedoras, pero por diversas cuestiones políticas se les permitió escapar de su reclusión, aunque luego cayeron uno a uno a manos de vengadores armenios.

En Turquía, que sucedió al Imperio Otomano, el genocidio continúa siendo un tabú y varios intelectuales han sido juzgados por hablar de él, por lo que su reconocimiento por terceros países, como el caso de EEUU, es visto como un ataque a sus principios.

En 1991, Turquía fue uno de los primeros Estados en ratificar la independencia de Armenia tras la caída de la Unión Soviética, con la intención de recuperar su influencia sobre el Cáucaso.

Pero, en 1993, Ankara decidió cerrar su frontera y congelar las relaciones con Ereván en solidaridad con su aliado Azerbaiyán, que se enfrentaba a Armenia por el enclave del Nagorno-Karabaj, que sigue ocupado por tropas armenias.

Con llegada al poder del actual primer ministro turco, Recep Erdogan, un islamista moderado de talante liberal y pro europeo, las relaciones entre Turquía y Armenia mejoraron, y el pasado año firmaron un acuerdo para normalizar los contactos bilaterales.

Este deshielo se enmarca en la política de corte neo-otomana ideada por el ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, que busca recuperar la influencia de Ankara en los territorios que antaño pertenecieron al Imperio.

Por otra parte, Rusia y Turquía han aumentado en los últimos años sus relaciones políticas y económicas, ante la alarma de Washington, por lo que la Casa Blanca procura mimar a Ankara y estimular su acercamiento a Armenia. Así, el enfado de Erdogan podría leerse como una rabieta preventiva de Turquía artificialmente exagerada para seguir siendo cortejado por la Casa Blanca.